Por Jon Martín Cullell |
Sao Paulo (EFE).- Decenas de migrantes afganos malviven desde hace meses en un campamento improvisado dentro del aeropuerto internacional de Sao Paulo, el más transitado de América Latina, a la espera de que las autoridades les ofrezcan un lugar digno de descanso.
El estallido reciente de un brote de sarna entre los 206 afganos acampados allí ha aumentado el temor a una crisis de salud pública, mientras las autoridades aseguran que van a buscarles espacio en hoteles de los alrededores.
Navid Haidari, un padre de familia de 39 años que había trabajado como traductor para la OTAN antes de la vuelta de los talibanes al poder, escapó con su familia a Irán en una caminata de 38 horas y en Teherán se presentó ante la Embajada de Brasil.
Desde septiembre de 2021, el Gobierno brasileño ofrece un visado humanitario a los que huyen del régimen talibán para permitirles viajar al país suramericano y, una vez allí, solicitar el estatus de refugiado o un permiso de residencia.
Aunque los interesados tienen que costearse ellos mismos los boletos de avión, la puerta abierta de la diplomacia brasileña ha convertido al país en un destino atractivo.
El número de solicitantes de asilo afganos ha crecido de 30 en 2021 a 405 en 2022 y, tan solo de enero a mayo de este año, entraron a Brasil otros 311 nacionales de ese país, según datos oficiales.
Sin embargo, al aterrizar en Sao Paulo, muchos refugiados han descubierto que los centros de acogida están completos y que la Policía Federal los manda a un zaguán húmedo en el segundo piso para ser atendidos, no por el poder público, sino por grupos de voluntarios.
Así, desde septiembre del año pasado, los recién llegados viven, durante las semanas o meses que tardan en encontrar albergue, en tiendas de campaña cubiertas con mantas donadas y separadas por carritos de maletas del mismo aeropuerto.
Cuando Haidari, su mujer y sus cuatro hijos, entre ellos, un niño de un año, llegaron a Brasil hace 10 días, no esperaban encontrarse con un campamento.
“Pensaba que iba a haber centros de acogida y me sorprendió ver esto”, señala a EFE este aficionado al fútbol brasileño desde pequeño. “No tenemos lugar donde lavar los platos o la ropa, y es difícil dormir con el ruido de los aires acondicionados, pero es mejor que estar en la calle con los niños”, añade.
Guarulhos, el municipio donde se ubica el aeropuerto, tiene apenas 177 camas en albergues para migrantes y refugiados y todas están ocupadas, según la Alcaldía.
El ministro de Justicia de Brasil, Flávio Dino, aseguró este jueves que los refugiados van a poder trasladarse a hoteles de la región “hasta que se estructure una política definitiva para abordar este grave problema”, pero no detalló cuándo empezará la operación.
Brote de sarna
La sensación de emergencia creció en los últimos días, después de que una médica enviada por la Alcaldía descubriera el jueves pasado que una familia del campamento tenía sarna, una enfermedad altamente infecciosa que provoca picores.
Más allá de la respuesta inmediata, el Colectivo Frente Afgano, un grupo de voluntarios que ha cargado con el peso de la acogida de los refugiados, reclama que las autoridades asuman de una vez sus responsabilidades para que esto no vuelva a ocurrir.
Para Miguel Freire Couy, coordinador del grupo, el brote era una “tragedia anunciada” ante la falta de acceso básico a la higiene, fundamental para combatir la infección.
“Llevamos casi un año avisando de las condiciones indignas, pero los órganos competentes se pasan la patata caliente de unos a otros”, afirma el voluntario.
Navid Haidari, que quiere añadir el portugués a su currículum de traductor, espera que los trasladen pronto a un albergue, pero relativiza el temor a un nuevo brote de sarna: “Tenemos un poco de miedo, pero al menos aquí ya no nos buscan los talibanes”.
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