Fans y no fans de la quinta parte de las aventuras del arqueólogo más famoso de la historia del cine podemos estar de acuerdo en algo: absolutamente nadie estaba pidiendo la quinta parte de ‘Indiana Jones’. Disney, dando una vuelta más a la rueda de la nostalgia y el absurdo de las franquicias eternas, ha querido convertir ‘El dial del destino’ en el evento que no es realmente, y la taquilla ha reaccionado de la forma tibia que cualquiera podría haber previsto. Es posible que con el tiempo se revalorice como lo ha hecho ‘El reino de la calavera de cristal’, pero también es posible que permanezca en el recuerdo como lo que, tristemente, es: una película sin el ADN de la saga.
El látigo no hace al hombre
Empecemos quitando algo de la mesa: la polémica por el personaje interpretado por Phoebe Waller-Bridge es absurda. Es cierto que la química con Harrison Ford nunca termina de funcionar, pero no es culpa de ella ni de su personaje, sino de un guion que no ha sabido tratar la relación entre ambos de una manera creíble. Las acusaciones de “woke” y tonterías por el estilo están infundadas: hay gente para la que un anuncio de leche sin lactosa es woke si lo protagonizara una mujer. A los monstruos no mirar.
Para mí, el gran problema de ‘Indiana Jones y el dial del destino’ empieza con sus mayores aciertos. Más allá de los efectos visuales más o menos conseguidos, su inicio clásico se me hace muy potente, exactamente lo que uno espera al entrar a una película como esta. Nazis que pegar, objetos míticos, látigo, sombrero, fanfarria y aventuras. Además, la película culmina por todo lo alto, con un final que funciona como tesis de todas las aventuras de Indy y que claramente fue lo primero se escribió en el guion como la conclusión perfecta. Pero he dicho que esto es un problema, y es por algo: tenemos el punto A y tenemos el punto B. Falta toda la parte del medio. Y es un desastre.
Desde que Indy da clases en el presente hasta su tercer acto, la película es un embrollo con enigmas dignos de una escape room. Una escape room con tu abuelo, para más datos, a la que le falta el ritmo, la sabiduría, la planificación, los diálogos, la diversión y, sobre todo, el carisma de la trilogía original. Alguien, en un momento del camino, se debería haber planteado que si no hay manera de hacer enormes set pieces repletas de aventura debido a la edad avanzada de Ford… quizá, simplemente, no hacía falta hacer la película.
Indiana Jones y la franquicia avejentada
Las dos horas centrales de ‘Indiana Jones y el dial del destino’ son un simple devenir de acontecimientos carentes de ilusión por la propia saga, como si estuviera tan cansada como el propio personaje. Pero, a diferencia de este, nunca logra recobrar la emoción por la aventura. Sí, los personajes son perseguidos recubiertos de CGI aquí y allá, pero en ningún momento deja el poso de estar viendo una película canónica.
No es que James Mangold sea mal director (en absoluto, ahí están ‘Logan’ o ‘Le mans 66’ para demostrarlo), pero, definitivamente, no es Steven Spielberg. Y, aunque lo intenta, no logra impregnarse nunca del todo de la esencia de la trilogía original, de la misma manera que por mucho que lleve chaqueta, sombrero y látigo, cuesta ver a Harrison Ford como el héroe al que hemos seguido durante décadas, especialmente cuando sus aventuras están mucho más aguadas que nunca.
Y no es que la cinta no tenga cosas interesantes: el viaje emocional de Indiana Jones, la resolución del misterio proveniente de la Anticitera, la oportunidad de ver un final rotundo, la pizca de nostalgia exacta para no resultar cargante… Es comprensible que haya quien, en un ambiente absolutamente desasosegante de blockbusters aburridísimos, se haya refugiado en ‘Indiana Jones y el dial del destino’ buscando exactamente lo que las demás no saben dar. El problema es que incluso ahí se queda descafeinada. Y eso es lo peor que le puede pasar a Indiana Jones.
Viaje con nosotros
Me alegro mucho por la gente que ha disfrutado la película, y ni siquiera estoy tratando de llevarles la contraria: en un panorama tan deprimente como el actual, que alguien disfrute del cine ya es una alegría en sí misma. Pero, en lo personal, me ha parecido una intentona fallida de recuperar un espíritu irreplicable, como volver a tu pueblo donde pasaste los veranos, coger la bici y esperar que todo vuelva a ser mágico. Esta quinta parte dista mucho de tener magia, cayendo en el corporativismo y los fuegos artificiales para ocultar el cartón-piedra del escenario.
Los enigmas que se plantean en ‘Indiana Jones y el dial del destino’ son simples y están resueltos sin un giro adicional, y los trucos para evitar la acción resultan tan ingeniosos como aburridos. Sí, todo parece Indiana Jones, de la misma manera que ‘Obi-Wan Kenobi’ parece ‘Star Wars’. Pero no es lo mismo. Y somos perfectamente conscientes de que jamás podría serlo desde el mismo momento en que una película se convierte en un producto que no nace del amor, sino de las recomendaciones de un equipo directivo.
Es muy difícil hacer una buena película de aventuras, y Steven Spielberg lo hacía parecer fácil. Esa es la magia de la trilogía inicial de Indy… Y eso es lo que este final no ha sabido emular. Sí, por supuesto, su tercer acto es impoluto y seguiremos hablando de él durante años como la manera perfecta de despedir a un icono del cine. Y su inicio, aunque cause polémica, es divertido y tiene el estilo del Indiana Jones de siempre. El problema es que, entre medias, está la nada más absoluta, el sandwich más soso que jamás vas a probar, un intento de saborear las mieles de los éxitos de antaño desde un presente despiadado y genérico. Ahora solo queda esperar que a Disney no le de por volver a sacar el látigo y el sombrero pronto.
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La noticia
Creo que ‘Indiana Jones y el dial del destino’ se olvida de lo que hizo especial a la saga y la convierte en una anodina escape room con tu abuelo
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Espinof
por
Randy Meeks
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