Este ha sido el año en el que la magia de los blockbusters no ha funcionado en un panorama cinéfilo que ha ido perdiendo adeptos a las secuelas y los universos cinematográficos tanto en un público necesitado de eventos como en una crítica cansada de productos clónicos. Pero en este terremoto convulso de películas que no han convencido bien a un lado, a otro o a ambos, desde ‘Indiana Jones y el dial del destino’ hasta ‘Ant-man y la Avispa: Quantumania’, hay una saga que ha venido a poner paz y demostrar por qué sigue siendo la mejor casi tres décadas después de su primera parte: ‘Misión imposible’.
Este vivo está muy muerto
¿Por qué ‘Misión imposible: sentencia mortal – parte 1’ sí ha gustado a unos espectadores que este año se han mostrado profundamente contrariados por la gran mayoría de entregas de las franquicias de acción y aventura? Vamos a tratar de desgranar todos los motivos por los que Ethan Hunt y los suyos son siempre bienvenidos, pero hay uno que puede resumir toda la argumentación y que destaca sobre todos los demás: es un valor seguro. Y hoy por hoy nadie puede decir eso.
Sabes cómo te vas a sentir después de una película de ‘Misión imposible’: satisfecho. Es algo que uno puede poner en duda antes de ver ‘Flash’ o ‘Fast X’, pero no al dejarse en manos de Christopher McQuarrie y Tom Cruise. Y la profunda satisfacción no viene solo de disfrutar contemplando las locuras del actor, por mucho que sea el único punto de venta que destaca el márketing: en esta séptima parte destruye monumentos en Roma mientras es perseguido por decenas de agentes y enemigos, pelea en lo alto de un tren en movimiento, se tira por una colina en moto… Y ni siquiera es de lo que hablamos al salir.
Y es que esta séptima parte tiene un factor diferencial, muy metido en su ADN, que no tienen la gran mayoría de películas palomiteras de los últimos años: es tangible, plástica, real. La falta de CGI aparente durante la gran mayoría de la película (más allá de pequeños arreglos aquí y allí o escenas como la del túnel que no hacen justicia al resto del metraje) y el rodaje en parajes naturales hacen de esta una experiencia que recupera el sentido de la maravilla y se aleja de la artificialidad que parece haberse impuesto en el blockbuster actual. ¿Para qué poner una pantalla verde y simular una pelea encima de un tren cuando podemos ir a los Alpes y rodar en el propio escenario? El resultado es tan bello como abrumador.
El anti-James Bond
Y hay que hablar también de un ritmo inusual hoy en día, que se toma el tiempo que haga falta para componer planos visualmente atracticos y elude tanto el bamboleo de la cámara como el corte continuo y extenuante. Acostumbrados, cada vez más, a un montaje caótico al que le cuesta contar una historia coherente, ‘Misión imposible’ (quizá por su pertenencia al género del espionaje) es capaz de narrar paralelamente siete tramas distintas que suceden en el mismo lugar sin que el espectador se pierda en ningún momento. No puedes aburrirte porque no vas a encontrar el momento de hacerlo, y eso que la película no teme pausar la emoción para poner en primer plano la tensión cuando es necesario, volviendo a ser una película de espías per se en toda la set piece del aeropuerto.
Uno no puede aburrirse jamás gracias a su siempre agradecida imprevisibilidad cómica. Hay quien, tras las dos primeras entregas de la saga, la calificó como “un remedo de James Bond” y cerró la puerta a sus secuelas. Un superagente al que los planes salían siempre bien y que conseguía salirse con la suya… y que los guiones han convertido, muy sabiamente, en un patoso al que no le sale nada a derechas ni por casualidad. Ethan Hunt se tropieza, se tambalea, mete la pata continuamente, cumple las misiones de pura chiripa y sus planes no funcionan jamás. No le querríamos de otra manera.
Es un pacto tácito con el espectador habitual de la saga, que sabe que cumplirá la misión imposible y viajará a cientos de sitios exóticos pero ni una sola parte del viaje saldrá tal y como pretendían. En ‘Misión imposible: sentencia mortal – parte 1’ hay un ejemplo perfecto, rozando la autoparodia, cuando imaginan cómo conseguirán salir con la llave del tren en un tiempo récord… y cortan al inevitable desastre posterior. Todo lo que salga mal, saldrá mal. Todo lo que pueda sorprender y divertir al público, ocurrirá. Las aventuras de Hunt y sus colegas son siempre imperfectas, patosas e imprevisibles. Y por eso cada nueva película huele a libro nuevo.
Y si para ello Tom Cruise tiene que dejar su halo de estrella del cine perfecta y deformarse la cara (ojo a los primeros planos de la caída) o mostrar a Ethan mareado después de entrar por una ventana con un paracaídas por pura casualidad, no temerá en hacerlo. Cruise, que en esta saga se ha revelado como un actor cómico de primera, gana en humildad interpretativa con cada ‘Misión imposible’. No es The Rock, Vin Diesel ni ninguno de los héroes del cine de acción contemporáneo. No tiene pinta de rudo ni de superhéroe, pero es capaz de conjugar riesgo y comedia mejor que la mayoría de tíos duros de toda la vida. Y hace falta maestría para hacerlo convenciendo al espectador de que es un espía que se las sabe todas.
Amigos para siempre
Hay quien dice que ha llegado a la séptima parte de ‘Misión imposible’ sin tener ningún cariño por los personajes, pero me resulta imposible haber hecho este viaje y no sonreír de medio lado ante cada aparición de Luther, Benji, Ilsa, Viuda Blanca o cualquiera de los personajes que pululan por este mundo de espías, juegos de manos y máscaras imposibles. Porque no son solo un grupo de trabajadores: a estas alturas, no son solo amigos entre sí. También lo son con el espectador.
‘Misión Imposible’ comenzó con el grupo de Ethan Hunt muriendo, y, episodio a episodio, la saga ha ido juntándole con otro equipo que ha aprendido a quererse. Y la clave la tiene Benji en esta película cuando se ve obligado a decir qué o quién es lo más importante para él. Por supuesto, sus amigos. Porque, al final, cada ‘Misión imposible’ es un rato que pasamos con colegas que sabemos que siempre van a hacértelo pasar bien. Vas a reír, vas a emocionarte, puede que incluso lances alguna lagrimita al aire: puede ser una experiencia mejor o peor, pero nunca va a ser decepcionante. Porque es un planazo. Siempre.
Cruise y McQuarrie no juegan en la misma liga que ‘Black Adam’ (por ejemplo) porque no entienden el cine como una fábrica de churros al por mayor, sino como un proceso en el que dejarse la vida -casi literalmente- con el único propósito de entretener al espectador con un producto de calidad. Y si para ello hay que saltar 13000 veces de una rampa con una moto a más de doscientos kilómetros por hora, se hace. La dedicación y el amor por el detalle se nota en una franquicia que devuelve lo artesanal y la belleza a la acción y la aleja de rayos, poderes, pantallas verdes y actores que solo quieren firmar su cheque e irse a casa. ‘Misión imposible’ es una oda a una manera de hacer cine en proceso de extinción que merece no solo nuestro respeto: también nuestro amor incondicional.
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La noticia
Por qué seguimos adorando ‘Misión imposible’ incluso en el año donde nos dimos cuenta de que los blockbusters también pueden fracasar
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por
Randy Meeks
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