La serie ‘The Bear’ fue una de las sorpresas más inesperadas de la televisión en 2022, una suerte de cuento de hadas urbano maquillado en una especie de pesadilla en la cocina a lo ‘Hierve’ (2021) que, más allá de su representación del estrés laboral en un restaurante, escondía un estudio de personajes inteligente y sensible que ahora ha tratado de continuar con una segunda temporada que acaba de estrenar Disney+ y sigue recibiendo el calor de la crítica.
No lo tenían fácil Christopher Storer y Joanna Calo para alcanzar la perfección de la anterior temporada y han optado por una vía de experimentación y expansión de los personajes que en algunos momentos funciona y en otros rompe la magia conseguida en el final de la primera. Una coda que podría haber servido como punto y final de una miniserie perfecta, en donde todo estaba en su sitio y la revelación era una recompensa perfecta para un viaje de dolor y cura que mantenía la emoción en un estado latente hasta su catarsis final.
Sería injusto exigir que esta segunda tanda de episodios consiguiera replicar las mismas sensaciones, pero las diez nuevas entregas demuestran que a veces dejar el futuro a la imaginación es una opción tan válida como mostrar esa reforma y apuesta por transformar un restaurante de barrio en un templo de haute cuisine. Por supuesto, es bonito ver cómo cada uno de los personajes que conocemos y queremos crecen y alcanzan la mejor versión de ellos mismos, en una contradictoria paradoja de reivindicación neoliberal de la clase obrera.
Los camareros y cocineros de ‘The Beef’ consiguen convertirse en cenicientas con monos de diseñadores de alta costura, aprenden que la disciplina militar de un trabajo es la única forma de educarse a sí mismos y que la verdadera capacidad de lograr obras de arte está dentro de cada uno, en una exigencia que pasa por poder permitirse esa formación, y ahí es en donde ‘The Bear’ sabe que lo que cuenta es un posible imposible, que solo existe gracias a un puñado de miles de dólares que uno se encuentra casualmente debajo del colchón.
Un romance demasiado indigesto
Esta lucha entre el mensaje afín a la disciplina sociópata de Damien Chazelle y el corazón que lleva a los personajes se traduce en una diversidad de metas y objetivos en cada uno de los participantes en la gran reforma del local. Aunque la base de la temporada sea un poco como uno de esos realities en los que se transforma un cuchitril en un palacio a contrarreloj, se sustenta por los anhelos de toda una tripulación, la amistad y el amor que existe entre todos los que levantan el barco.
Y es en este punto en donde la temporada es más irregular. Es genial ver la transformación de Marcus o Tina, pero hay momentos con este personaje que no logran lo que pretenden, como el episodio en el que canta en un karaoke. También la trama de Sydney parece cargar las tintas para un momento de confrontación más espinoso del que acaba teniendo el desenlace. Sin embargo, la mayor decepción es la forma en la que se trata el romance de Carmy en la temporada. Escenas íntimas de comedia romántica indie caduca y música empalagosa que consiguen hacer incómodos y redundantes sus encuentros con Claire.
Sin embargo, hay un destino, y la conclusión justifica esa lucha entre pasión y profesión que en ‘Whiplash’ ya sabemos cómo acabaría. La lección agridulce rompe un poco el tono de un último episodio que logra conseguir parte de la sensación reconfortante marca de la casa, pero que empuja a Carmy a unos lugares que empañan muchos de los grandes hallazgos de la temporada. Quizá es un intento de conexión con lo que nos deja ver el alabado episodio 6, un flashback en una cena familiar que nos explica parte de los problemas de su hermano y la difícil relación con su madre.
El episodio 7 es la verdadera estrella
Un buen episodio, no cabe duda, que utiliza una hora completa para presentar una pesadilla navideña llena de estrés, incomodidad y grandes actuaciones de actores invitados como Jamie Lee Curtis, Bob Odenkirk y la vuelta de Jon Bernthal. En realidad muestra también algunos de los puntos débiles de esta segunda temporada, forzando los momentos de histeria y las confrontaciones en un espacio de tiempo que nos deja la sensación de que la serie se empieza a gustar demasiado y elige el peor momento para su desfile de cameos, de Sarah Paulson a John Mulaney, a modo de un episodio de Saturday Night Live que parodiara la serie.
El sexto también explora el estado de Mike antes de suicidarse y es de esos casos en los que la ausencia habla más que el exceso. Pero si algo se le puede achacar a esta hora de televisión, compuesta y preparada para llamar la atención de la temporada de premios, es que sirve de eclipse para el que sí es realmente el mejor episodio de la temporada y uno de los mejores de toda ‘The Bear’. El siguiente, ‘Tenedores’, es de nuevo una historia embotellada centrada en Ritchie, en su reforma para encontrar su posición en el nuevo restaurante.
Desde la forma en la que Ebon Moss-Bachrach recoge todo el conflicto del personaje y lo transforma en aceptación, a su magnífico diálogo con Olivia Colman, su momento Taylor Swift… sabes que el corazón de la temporada está en sus hombros. ‘The Bear’ sigue siendo una de las mejores joyas de las plataformas, pero aunque haya decidido buscar la estrella michelín de la televisión, el balance entre el dulce y el amargo se ha descompensado en algunos momentos, un pecadillo que no deberíamos tener en cuenta en un mercado donde no abundan los platos estrella, pero que se deja notar cuando estamos acostumbrados a su nivel de excelencia.
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El episodio de ‘The Bear’ del que todo el mundo habla explica por qué la temporada 2 de la serie en Disney+ mantiene su calidad, pero no la misma magia
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Jorge Loser
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