Por más que podamos pensar lo contrario, hacer una buena adaptación de una obra teatral al cine no es fácil. Hay elementos que quedan bien encima de un escenario y con público en directo, pero que, en cuanto se plantean con una cámara delante y la utilización de una narrativa distinta, inmediatamente pierde parte de su apego y tiene que replantearse. Maravillas como ‘Un tranvía llamado deseo’, ‘West side story’ o ‘De repente el último verano’ supieron utilizar el original para brillar con luz propia en la gran pantalla modificándolo al gusto. ‘La ternura’, tristemente, no ha cobrado esta suerte.
Puro vodevil
Vaya por delante que no he tenido la posibilidad de ver la obra de teatro original de Alfredo Sanzol, pero intuyo que la película no se despega demasiado del original. Ni siquiera lo intenta: ni los efectos especiales (desplegados de aquella manera) o los distintos escenarios pueden quitarnos la sensación de una excesiva teatralidad que ni siquiera busca ir más allá, incluyendo apartes al público y momentos que pueden funcionar en directo, pero que, desde luego, no lo hacen proyectados en una pantalla.
‘La ternura’ es puro vodevil, un retorno al ‘Noche de fiesta’ de Jose Luis Moreno con una trama pasadísima de vueltas que pretende ser gamberra pero solo consigue ser arcaica: tres mujeres que odian a los hombres y tres hombres que odian a las mujeres coinciden en una isla desierta. Seguro que no sabéis todo lo que pasa a continuación de forma prácticamente telegrafiada: la película no pretende sorprender, sino crear una especie de confort con olor a naftalina más cercano, pese a su superlativo lenguaje, a ‘Escenas de matrimonio’ que a Shakespeare.
La sensibilidad de la población, por suerte, ha cambiado desde que en TVE se emitía ‘No te rías que es peor’ y los chistes “de mariquitas” eran tendencia nacional. Sin embargo, ‘La ternura’ se empeña en volver una y otra vez sobre el mismo humor casposo: ¿Y si a un hombre le gustara otro hombre? Risas de puro nerviosismo, de estupefacción, de estar viendo algo puramente noventero (en el peor de los sentidos) durante casi dos horas. Y se hace especialmente duro porque sus intérpretes podrían, al menos, haber levantado un guion un poquito mejor.
Es gracioso porque hablan raro
La idea, sobre el papel, no es mala, y podría haber sido algo mucho mejor si hubiera tenido un puntito más de locura. Incluso dentro del vodevil y la comedia de enredos más básica, su final es genuinamente divertido gracias a su cúmulo de confusiones mágicas. No dejan de ser seis actores persiguiéndose entre sí y gritando barbaridades, pero dentro de lo naif es un momento genuinamente hilarante. Ahora bien, el problema es que venimos de una hora y media de sainetes que no se tienen en pie.
Y gran parte de la culpa la tiene un timing cómico inexistente, que en lugar de ser rápido e ir al grano se dedica a explicar cada chiste como si hubiera la necesidad de contentar a un público infantil que no está viendo la película. Por ejemplo, cuando ellas se equivocan y al vestirse como hombres se intercambian el vello facial, Gonzalo de Castro repasa cada uno de sus atuendos con lentitud y parsimonia, matando cualquier tipo de chiste que pudiera tratar de sostenerse en una escena que no tiene por dónde cogerse.
Es una pena que Gonzalo de Castro, Emma Suárez y Alexandra Jiménez se hayan visto abocados a esta película con el poderío visual de un sketch de cualquier especial de Nochevieja, obligados a exagerar lo más posible unos papeles ridículos y faltos de carisma que se intuyen infinitamente más divertidos en su versión teatral. En el otro lado de la balanza tenemos a un Carlos Cuevas que lo intenta pero al que se le nota atolondrado y poco perspicaz, interpretando igual las escenas de comedia que de supuesto drama, y destacando solo en el final alocado que ‘La ternura’ propone. No se puede ganar siempre.
Un naufragio cinematográfico
Me cuesta imaginar, francamente, quién es el público objetivo de ‘La ternura’, una película que trata temas supuestamente adultos desde el vodevil pero acercándose notoriamente a un lenguaje infantil, como si se tratara de un capítulo de ‘Dora la exploradora’ para mayores de 18 años. Tiene buen corazón, pero con eso no haces una buena película. Necesitas, definitivamente, más ingredientes que aquí faltan. Particularmente, querer contar algo que no hubieran cantado ya Los Bravos con “Los chicos con las chicas tienen que estar”.
Al final, todo en ‘La ternura’ se resume en eso: un romance a tres bandas que trata de quitar hierro al siglo XXI, animando a las mujeres y a los hombres a aparcar sus problemas y enamorarse. No tiene nada de malo lo naif, pero la película da un paso más allá cayendo en una ingenuidad normativa que acaba por resultar aburrida en cuanto las piezas del puzzle para niños se empiezan a colocar cayendo en el sopor de las matrimoniadas.
Hay una buena película escondida en algún lugar de ‘La ternura’, pero en su estado actual es inencontrable. Ni el intento de musical aleatorio, ni sus agujeros de guion gigantescos, ni su inenarrable final, ni la nula evolución de los personajes: no hay nada aquí que pueda salvarse de un naufragio tras el que solo podemos defender que, como espectadores, nos merecemos algo más.
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La noticia
‘La ternura’ trata de volver a la frescura naif del vodevil con un reparto repleto de grandes cómicos, pero se queda en un ‘Escenas de matrimonio’ de época
fue publicada originalmente en
Espinof
por
Randy Meeks
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