Con ‘Jurado Nº 2’ ya estrenada, mucha de la conversación ha girado en torno a la cuestionable estrategia de lanzamiento de su distribuidora, poco respetuosa para una leyenda del cine como Clint Eastwood. También ha girado en torno a una posibilidad que ha motivado también el enfado ante el “maltrato” a la película: que esta sea de verdad la última película de Eastwood.
Ha habido mucha especulación sobre si era realmente la despedida del director con el séptimo arte o no. Algo que se ha encargado de desmentir mostrando cómo está escogiendo su siguiente proyecto, aunque las dudas surgieron sobre todo por la avanzada edad de Eastwood, ya con 94 años. Existe la posibilidad de que le pase como Manoel de Oliveira y llegue a superar los 100 años y siga dirigiendo, pero no podemos evitar hacer el luto preventivo.
Si ‘Jurado Nº 2’ termina siendo la última película de Eastwood, sería irse por todo lo alto. Pero tratarla como la película final del director, un último brindis al arte que tanto le ha dado, resulta extraño dada las pocas pretensiones que esta muestra. De hecho, estamos ante un thriller adulto bastante convencional donde no se aprecia que su autor esté intentando dialogar con lo que ha tratado de abordar en su cine. Dicho de otro modo, no está intentando dejar un testamento cinematográfico.
La obsesión por los cantos de cisne en una carrera nos obsesiona más a los que conversamos y pensamos el cine que a los propios autores. Bueno, salvo Quentin Tarantino, famoso por su voluntad de tener una décima película que sea el broche de oro de su carrera porque vive más obsesionado con los legados que nosotros. Cómo será su película final intriga a todo el mundo interesado en este arte, pero va a tener complicado dejar algo con tanta reflexiones profundas y personales sobre el cine que tanto adora como ya lo fue ‘Érase una vez en… Hollywood’.
Una película que llevaba a un nuevo nivel sus mitomanías, sus tesis sobre el cine como herramienta poderosa para hacer justicia y también una exploración de un lugar y un momento muy personales para él. Además de una buena cinta, ‘Érase una vez en… Hollywood’ se siente como una declaración abierta hacia el espectador y también hacia el medio al que ha dedicado tantos años y tanto trabajo. Eso es lo que podríamos denominar su testamento cinematográfico, al menos hasta saber qué decide hacer como película final.
Cuando el fin se acerca, llega la reflexión
Estos “testamentos” suelen ser más interpretables por los espectadores, y pueden ser algo completamente accidental. ‘Yi Yi’ se siente como una declaración sobre la vida, la familia y los propósitos, y Edward Yang la estrenó el mismo año que se le diagnosticó el cáncer que causaría su muerte siete años después. Lo más habitual, eso sí, es que determinados directores empiecen a tocar la mortalidad conforme su propia edad avanza y les acerca a la misma, dejando un poso reflexivo especial en las obras que dejan, como hizo Yasujirō Ozu en cintas como ‘El otoño de la familia Kohayagawa’ o ‘El sabor del sake’, teñidas por cierta melancolía mientras exploran relaciones familiares.
Hay directores que lo ven tan inevitable que no pueden resistirse a querer dejar esa última declaración, como Robert Altman a sus 80 años dejándonos ‘El último show’, o John Huston adaptando ‘Dublineses (Los muertos)’ de James Joyce. Tenemos también los casos de Andrei Tarkovski, explorando el fatalismo de una catástrofe inminente en ‘Sacrificio’ poco antes de morir del cáncer producido al rodar en Chernóbil, o el de Ingmar Bergman, haciendo una completa introspección vital en ‘Fanny y Alexander’ para luego hacer un capítulo final de sus personajes de ‘Secretos de un matrimonio’ con la televisiva ‘Saraband’.
Tenemos casos de cineastas dejando bien claro que se están despidiendo, pero no porque sientan que su tiempo se acaba, como John Boorman en su reflexión vital ‘Reina y patria’ o Béla Tarr dejando clara su desolación ante el peso de la existencia con ‘El caballo de Turín’, dejando un claro contraste con unos inicios más idealistas. La reflexión que produce el paso del tiempo replantea prioridades de una manera fascinante, como sucedió en el caso de Akira Kurosawa, pudiendo hacer una declaración suprema con ‘Los sueños de Akira Kurosawa’ gracias al apoyo de cineastas que crecieron influenciados por él. Y después de aquello aún tuvo tiempo para indagar más en su posible final con ‘Madadayo’.
Los testamentos cinematográficos no tienen que ser únicos, podemos encontrar cineastas que llevan tiempo dejando reflexiones vitales profundas. Martin Scorsese lleva tres películas consecutivas ofreciendo trabajos profundos sobre su fe (’Silencio’), su relación con los que le rodean y con el cine de gángsters (’El irlandés’) o que papel tiene el arte en cómo se digieren historias trágicas (el final de ‘Los asesinos de la luna’). Rozando el absurdo está Hayao Miyazaki, que tras anunciar su retirada con ‘El viento se levanta’, una película profundamente personal y adulta, decidió regresar con una mirada más profunda sobre su legado en ‘El chico y la garza’. Y aún quiere hacer otra más, como Francis Ford Coppola tras su órdago a los creadores con ‘Megalópolis’.
Volviendo al inicio, el propio Clint Eastwood ha dejado películas que se sienten capítulos climáticos para su propia carrera incluso sin tener mayores pretensiones artísticas. Ya llovió desde ‘Sin perdón’, un trabajo crepuscular que se siente como una despedida perfecta a toda una vida como icono del western. Pues desde entonces no sólo ha seguido haciendo películas, sino que ha ido dejando testamentos como ‘Gran Torino’, ‘Mula’ o ‘Cry Macho’, que arrojan sombras y matices a su propia imagen de icono masculino duro.
Curiosas y diferentes exploraciones de todo tipo, que invitan a pensar en el cine a otros niveles y también a sus propios autores. ¿Cuáles son tus películas favoritas de este estilo?
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La noticia
Cuando los directores deciden despedirse. Qué implica hacer un “testamento cinematográfico” y por qué es distinto de una película final
fue publicada originalmente en
Espinof
por
Pedro Gallego
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