Pablo Duer |
Jerusalén, 12 sep (EFE).- A 30 años de la firma de los Acuerdos de Oslo, israelíes y palestinos viven nuevos picos de violencia y radicalización que, según negociadores a ambos lados del muro, no hacen más que profundizar el deterioro de estas décadas y alejar cualquier posibilidad de diálogo o acercamiento.
Cuando el 13 de septiembre de 1993, ante una enorme ovación inundada de optimismo, Isaac Rabín y Yaser Arafat sellaron un prolongado e histórico apretón de manos en la Casa Blanca, ninguno de los presentes habría imaginado que 30 años después el conflicto estaría sumergido en una espiral de muerte, destrucción y desesperanza.
Del sueño de la paz a un conflicto fuera de control
Desde aquella soleada mañana en Washington, fruto de incontables horas de negociaciones secretas en la ciudad noruega de Oslo, israelíes y palestinos cuentan las muertes en miles -más de 10.000 palestinos y más de 1.500 israelíes-, los muros en kilómetros -más de 60 en la frontera con Gaza y más de 500 con Cisjordania ocupada- y los intentos de reconciliación en negativo.
En 2023, 225 palestinos han muerto en el marco del conflicto y 34 del lado israelí, en lo que se ha convertido ya en uno de los años más sangrientos desde principios de siglo.
“Mi yo de hace 30 años no podría creer que en 2023 todavía no tenemos paz con los palestinos”, reconoce en una entrevista con EFE en Jerusalén Yosi Beilin, principal arquitecto israelí de los acuerdos.
“Debo admitir que había escenarios que anticipábamos, como protestas por parte de extremistas de ambos lados, pero nunca imaginaba algo como lo que pasó”, agrega. Se refiere a eventos como el asesinato del entonces primer ministro, Isaac Rabin, por un ultraderechista judío en 1995, a la magnitud de la violencia de la Segunda Intifada (2000-2005), a la profundización de la ocupación y colonización israelí de Cisjordania y al empoderamiento de figuras radicales que por entonces eran marginales.
Desde Ramala, en el corazón del Estado palestino que Oslo prometía pero nunca sucedió, Hanán Ashrawi, exnegociadora y parte del liderazgo palestino antes y después de los acuerdos, considera que el texto firmado estaba destinado a fracasar por favorecer los intereses de Israel y por haber sido rubricado por Arafat, entonces líder de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), en un momento de profunda debilidad.
Más asentamientos y más violencia
En estos 30 años, agrega Ashrawi en diálogo con EFE, “hemos vivido una sucesión incesante de hechos que llevaron a que los palestinos se sientan víctimas del proceso de paz y hayan entendido que Israel nunca tuvo la intención de acabar con la ocupación y reconocer nuestros derechos”.
Entre estos hechos destaca la construcción de decenas de miles de viviendas en colonias israelíes en Cisjordania ocupada, que desde entonces han aumentado su población en un 300 %.
El lugar donde la situación más se ha deteriorado desde entonces es en la Franja de Gaza, donde más de 2,3 millones de palestinos viven hacinados bajo un férreo bloqueo israelí y un gobierno autoritario del movimiento Hamás. Este grupo tomó el poder por la fuerza en 2007 y presenta una alternativa islamista y más proclive a la lucha armada que la debilitada Autoridad Nacional Palestina (ANP), que gobierna en Cisjordania.
Desde entonces, Hamás y otras milicias palestinas en Gaza como la Yihad Islámica se han enfrentado con el Ejército israelí en cuatro guerras y decenas de escaladas de violencia.
“Creo que tanto israelíes como palestinos tuvieron un rol importante en el fracaso de Oslo”, opina Beilin, quien sin embargo hace especial hincapié en el hecho de que unos acuerdos que habían sido pensados como temporales y como el primer paso hacia una posterior solución definitiva fueron convertidos en permanentes por el gobierno de Benjamín Netanyahu, que asumió el poder en 1996 apuntalado por una fuerte derecha anti-Oslo.
“Esto permitió postergar indefinidamente el abordaje de las cuestiones centrales”, advierte Ashrawi, destacando que los Acuerdos de Oslo no trataban elementos básicos como el estatus de Jerusalén, el retorno de los refugiados palestinos y la delimitación de fronteras en el marco de una solución de dos Estados que agoniza desde hace años y cuenta con cada vez menos apoyo.
Auge de la ultraderecha en Israel
Uno de los hitos de estos 30 años de deterioro del conflicto tuvo lugar a finales del año pasado con la llegada al poder en Israel, de la mano de Netanyahu, de partidos ultraderechistas de base colona que promueven abiertamente políticas racistas y la anexión de los territorios palestinos ocupados de Cisjordania.
Ambos negociadores coinciden en que este escenario, sumado a la escasa legitimidad del presidente de la ANP, Mahmud Abás, hace impensable cualquier posibilidad de revivir un proceso de paz que se encuentra formalmente estacando desde 2014, pero que no registra ningún logro real desde los tiempos de Oslo.
“Hay que ser ciego o ignorante para pensar que hay alguna posibilidad de paz o incluso de negociación con un gobierno israelí que declara abiertamente su intención de someter a los palestinos”, advierte Ashrawi, que considera que “el proceso de paz murió hace mucho tiempo”.
No obstante, identifica “un punto de quiebra” en el conflicto por la combinación de “un fascismo finalmente honesto en Israel” y un liderazgo palestino que se ve acechado por un pueblo que “ya no aguanta más”.
“La gente tenía esperanzas de paz y se vio frustrada. Muchos de ellos, a ambos lados, decidieron entonces que ya no se puede hacer la paz y esa es la situación actual: la gente le ha dado la espalda al proceso de paz”, concluye Beilin, que sin embargo cree que esa misma gente estaría dispuesta a aceptar una resolución consensuada que “está pendiente hace demasiado tiempo”.
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