donde previamente había calcado la estilizada silueta en blanco y negro de un escarabajo jirafa
. Atardece. Por la ventana penetra la claridad cansada de New Cross, en el sur de Londres. Jody tiene una linterna en la frente sujetada con una cinta como si fuera una espeleóloga a punto de bajar a las profundidades.
Está sentada en un taburete de ruedas y cada cierto tiempo se desplaza unos centímetros con un leve impulso hacia la mesita colocada en su izquierda
donde hay un esterilizador, agujas, vaselina, pañuelos y una paleta con tinta negra. Moja la aguja en la tinta, le aplica vaselina en la fina herida del muslo y vuelve a acercar la cabeza
con aquella luz directa y blanca para seguir atrapando la figura de aquel escarabajo
con cuello de jirafa en sus trazos.
Jody DeSchutter, de treinta y un años, es artista, escultora, pintora, poeta y tatuadora. Dan Allison, de cuarenta y dos, es músico y artista. Forman
el inclasificable grupo BAG
, que mezcla música electrónica, sonidos de campo y poesía recitada. En su nuevo álbum
han colaborado importantes músicos tan dispares como la pianista contemporánea Angèle David-Guillou, el saxofonista Terry Edwards y el batería de Sepultura Iggor Cavalera
. El disco está producido por la artista, productora y músico
Laima
, quien ha sido una de sus principales influencias. Dan y Jody, además, son pareja. Dan maneja el sintetizador creando sonidos insólitos y Jody recita los poemas que ella misma escribe. Para Jody, tatuar forma parte de su actividad artística. No la distingue de pintar, esculpir o escribir.
Jody DeSchutter tatuando a su compañero
niusdiario.es
“¿Te duele?”, le pregunta Jody a su compañero. “No”, responde Dan, con el rostro iluminado con la luz azul de su móvil, con el que pasa el tiempo en la camilla. Sobre una mesa, el sintetizador
con la maraña de botones, cables, clavijas y clavijeros que parece el tablero de una telefonista en los años treinta.
Por las paredes cuelgan
los lienzos tridimensionales
de Jody, con miríadas de manos encadenadas y entrelazadas que parece que escapen de la tela.
Junto a la puerta, enrollada como una serpiente, está la manguera de pvc con la boquilla arrancada de un corno francés.
Es un instrumento creado por ella que produce un sonido grave y singular.
De fondo, suena una música que seguramente sea Aphex Twin porque la ha elegido Dan y el metálico zumbido de la máquina de tatuar que corta tiernamente su piel. Un sonido continuo y afilado que llena el espacio del cuarto de una extraña monotonía.
La línea del pelo de papá
Jody recuerda la primera vez que entró en un estudio de tatuaje con su padre allá en Canadá cuando tenía 16 años porque habían decidido tatuarse juntos. J
ody creció en el pueblo de Winfield, cerca de la ciudad de Kelowna, en un valle en la parte sudoeste de Canadá, en la orilla del lago Okanagan
. Desde su casa se podía ver el inmenso lago. Vivían en una pequeña casa con un gran jardín trasero con perales y manzanos. Su infancia fue idílica porque su madre tenía una guardería en casa y cuidaba a los niños del pueblo y Jody pasaba las tardes cuando regresaba de la escuela jugando con ellos.
Vista panorámica del lago Okanagan en Canadá
kelownanow
Organizaban interminables y rudimentarios partidos de hockey con palos de plástico y discos por las amplias calles del pueblo y las tardes de verano se iban a bañar a la playa del lago. Los fines de semana se marchaban a Pebble Beach, una playa en el norte donde su padre tenía una barca.
“Conocía la orilla / como la línea del pelo de papá / movida y balanceada”
, dice uno de los poemas de Jody. Su padre trabajaba como pintor de coches y en su taller Jody descubrió los colores.
Los inviernos eran helados y blancos y los veranos, calurosos y silenciosos.
Eran habituales los incendios forestales. El peor fue en el año 2003 cuando ella tenía once años y todo el valle estaba en llamas y caían copos de ceniza tan grandes que los podía coger con las manos.
Jody y su padre fueron a tatuarse a Vernon, el pueblo siguiente, en un local donde sonaba música metal a todo trapo y había un tipo tatuado de arriba a abajo en la recepción.
Fue un día muy importante para ella porque su padre era alcohólico y tenía una relación complicada con él.
Se iba y volvía de casa. Aquella sesión de tatuaje era la primera vez que pasaron juntos en mucho tiempo. Ella se tatuó una niña haciendo volar una cometa en la espalda. Su padre, un escorpión en el bíceps. Era el primer tatuaje para los dos. Apenas conversaron.
Solo intercambiaron algunas frases como ahora hace Jody con Dan, unas miradas, unas sonrisas, unos gestos de complicidad.
Compartieron aquel espacio, el zumbido de los aguijones, la respiración.
Miguel Ángel
“Nos sentimos conectados, tatuarnos fue como la forma de buscar un vínculo afectivo. Fue un momento mágico”, recuerda. Fue la comunicación más básica,
como su música, que busca ese momento en que un sonido se convierte en música.
Años más tarde, Jody se convertiría en tatuadora. “Para mí tatuar es una forma de comunicación, provocas dolor y curas a la vez, y creo que al final de la sesión se ha creado un vínculo afectivo entre los dos”.
Una de las pinturas de manos de Jody DeSchutter
Jody DeSchutter
Cuenta que en los tatuajes del torso debe sincronizarse con la respiración de la otra persona, con sus ritmos, aspirar, espirar. “
Le dices voy una trazar una línea, va a doler, coge aire suéltalo, es una forma muy básica de comunicación
”, cuenta. Su padre falleció un año más tarde de aquel tatuaje cuando Jody tenía diecisiete.
Su gran sueño en el instituto era entrar en la Academy of Arts de Nueva York y dedicarse a pintar retratos realistas como Miguel Ángel, pero a los dieciocho años se marchó a Victoria, en la isla de Vancouver, para estudiar Bellas Artes e
inició un camino que le llevaría hacia una dirección que se alejaba de aquella idea, que le conducía hacia un arte más conceptual.
“En la universidad aprendí escultura y multimedia y acabé incorporando elementos tridimensionales a mis pinturas”. Empezó a incorporar la textura en sus lienzos y a incluir elementos de la física cuántica.
Después de cuatro años de carrera, se marchó a Londres y se alejó todavía más del realismo perfecto de Miguel Ángel.
Stephen Lawrence
Dan tiene el cuerpo repleto de tatuajes. El primero se lo hizo en el año 2002, a los veintiún años, cuando llevaba una cresta punk y
vivía en Eltham, un barrio marginal y obrero del sudeste de Londres, en el complejo de pisos sociales de Brooke Estate, donde fue asesinado Stephen Lawrence
una noche de abril de 1993. Lawrence fue el joven negro atacado por cuatro blancos que acabaron con su vida desatando algunos de los peores disturbios que se recuerdan en la ciudad. El encubrimiento que hizo la policía de los asesinos desató la furia y la rebelión de la comunidad negra, que se sentía completamente abandonada por la justicia.
Algunos de los tatuajes de Dan Allison
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“Yo era un adolescente cuando pasó -recuerda-. Era un lugar peligroso, con mucha tensión racial. Hubo muchos ataques racistas. A mí me atacaron muchas veces bandas de blancos. Me recriminaban que llevara cresta.
Me decían: ¿te crees que eres diferente como los negros?”
. Dan creció en el seno de una familia obrera rodeado de vinilos. A sus padres les encantaba escuchar música, pero no había instrumentos en casa.
“Esto era algo muy propio de la clase trabajadora, creer que tocar música era cosa de ricos”
, dice. Más tarde cuando se dedicó a la música tuvo que superar ese complejo.
Recuerda los viajes en coche que hacía con su padre para acompañar los desplazamientos del equipo de fútbol del barrio,
el Charlton Athletic
, que llegó a jugar en la Premier. Pasaban horas escuchando Peter Gabriel y Kate Bush, hablando del partido que acaban de jugar, hablando de nada.
Su padre tuvo múltiples trabajos antes de entrar en una fábrica y ascender hasta convertirse en el encargado de seguridad.
Un día sufrió un accidente cuando su brazo quedó atrapado en el interior de una máquina. Dan tenía 6 años. “Fue horripilante -recuerda-. Tal vez por eso ahora me dedico a lo que me dedico”. Trabaja como jefe de operaciones en una de las principales galerías de arte de Londres y, entre sus funciones, figura verificar la seguridad de los edificios. Su padre consiguió salvar el brazo.
Las babosas no pueden hacer sonreír a nadie
Pese a las complicaciones que tenía el barrio, Dan no cayó en banda juveniles ni en la delincuencia. “Siempre tuve buenos amigos y buena gente alrededor”.
A los dieciocho años entró en la prestigiosa universidad de Bellas Artes de Camberwell para estudiar pintura.
Al terminar la carrera, un amigo le regaló una guitarra. Le fascinó y dejó la pintura para formar un grupo punk con otros cuatro compañeros de la facultad. Se pusieron el nombre de
Brickface
(cara de ladrillo) y tocaron punk metal contundente, agresivo, furioso, durante más de un año hasta el grupo se rompió y Dan enterró la guitarra.
Dan Allison (izquierda) en su años con el grupo de punk metal Brickface
Dan Allison
Ha trabajado en la casa de subastas de Christie’s, en la galería Whitechapel y algunas de las principales galerías de arte de Londres, pero no como artista sino como encargado de operaciones.
Durante unos años trabajó en la galería de Damien Hirst en Newport Street y allí fue donde conoció a Jody
, que acababa de llegar de Canadá y había encontrado trabajo en la galería como visualizadora de obras de arte.
Una noche, en casa de Dan, ella le confesó que escribía poemas. Él le pidió que se los recitara. “
Siempre me gustó la poesía, pero me sentía muy vulnerable y nunca la compartí con nadie
-dice Jody-. Nunca pensé en compartirla. Escribía para mí. Cuando conocí a Dan fue la primera vez que lo hice”, explica. El poema que le recitó no tenía nada de romántico. Se titulaba “Oda a una babosa” e iba sobre eso, sobre las babosas “que no pueden hacer sonreír a nadie”
. Tenía una extraordinaria y pesada sonoridad y Dan quedó prendado de la voz de Jody
expresando todos aquellos sonidos.
Se acordó de que tenía un sintetizador bajo la cama de la época de Brickface, lo sacó y empezó a crear sonidos para acompañar la voz de Jody. Aquel fue el inicio de BAG.
Todo empezó con la voz dulce, profunda, apasionada, resistente de aquella muchacha tan lejos del lago Okanagan
. Ese fue también el principio de una colección de canciones con las que conformaron el primer álbum que llamaron “
Mapping Azure
” y que publicaron dos años más tarde, en el 2020.
BAG durante una actuación
Matt Favero
El facilitador
Dan tenía guardada una guitarra eléctrica y ese sintetizador en su piso desde hacía trece años. Él fue el guitarrista del grupo y nunca había tocado el sintetizador y, sin embargo,
al escuchar la voz de Jody curiosamente eligió aquel instrumento con el que solo se podían emitir sonidos.
“Cogí el sintetizador porque me permitía acompañar la voz de Jody -cuenta-. Los sintetizadores pueden crear un sonido ambiente, la guitarra tiene una historia y yo quería un instrumento que no tuviera una historia tan establecida para poder resaltar las emociones que expresaba Jody con sus palabras”.
Dan se define como un facilitador, aunque también estudió para ser artista. “
Jody no puede estar un día sin pintar, sin esculpir sin escribir, la quema por dentro, y yo no tengo esa necesidad
-cuenta-. Me encargo de facilitarle las cosas”. Dan viste las canciones a partir de la voz desnuda de Jody.
“¿Estás bien, cariño? le pregunta Jody, que sigue con el tatuaje. “Sí”, dice él. Ella sabía que estaba bien, pero quería preguntárselo. Ya ha oscurecido.
Ahora solo se distingue aquel chorro de luz brotando de la frente de Jody enfocando la pálida piel del muslo de su compañero
que recorre apretando aquella maquinilla que agarra con las manos enfundadas en unos guantes de látex azules. De tanto en tanto moja la aguja en tinta y sigue con su trabajo.
Pintura reciente de Jody DeSchutter
Jody DeSchutter
“Mi primer tatuaje tenía un significado profundo, pero ahora, tras conocer a Jody, me tatúo simplemente porque me gusta”, dice.
En su cuerpo cuenta cuarenta y cinco tatuajes, la mayoría pintados por Jody, que ha convertido su cuerpo en un lienzo
. Todos los diseños son de ella o están diseñados conjuntamente, todos son en blanco y negro porque, dice Jody, se integran más en la piel.
Sonidos de la Toscana
Después de la pandemia la jefa de Dan le entregó las llaves de su casa en la Toscana para que se fuera de vacaciones porque se había pasado todo el confinamiento yendo a trabajar a la galería. Era una casa en medio de la montaña.
Jody y Dan se dedicaron a capturar sonidos: el suspiro sinuoso del mármol, el crujido de la madera de las puertas, la sequedad de una cazuela de la cocina
; los sonidos de la salvaje naturaleza que los rodeaba.
“En Bellas Artes nos enseñaron a
desaprender,
no querían que pintásemos como los realistas o surrealistas -recuerda Dan-, estábamos borrando constantemente”. Jody y Dan se dedican a aprovechar los sonidos de su alrededor,
como el arte povera italiano
, dice Dan Y esto les permite producir sonidos únicos. En su nuevo álbum usan, por ejemplo, el sonido de una harmónica que no parece una harmónica, pero lo es.
Jdy tocando el instrumento que ella misma ha creado con una manguera y la boquilla de una trompa que produce un sonido particular
Matt Favero
“Existen estructuras tradicionales de sonido -cuenta Dan-, te dicen que si quieres que algo suene en la radio debe tener tantos ‘beats’ por minuto, debe tener coro, verso, puente.
El comentario más común que nos hacen tras un concierto es ‘no lo entiendo, pero me gusta’
. Me siento muy cómodo con esta reacción, no queremos hacer lo que todo el mundo hace”. Y cita a
Charles Hayward
, músico experimental postpunk que “puede estar media hora repitiendo un ritmo con la batería, como el ruido blanco en un televisor, y para mí eso es música”.
Una escultura se moldea en madera o en piedra, una pintura en un lienzo, un tatuaje en la piel, pero ¿dónde quedan un sonido o una voz? “En el espacio -dice Jody- lo que hacemos es llenar un espacio”.
Llenar el espacio como hizo con su padre aquella tarde en el local de tatuajes de Vernon.
El espacio de esta habitación de New Cross que llena el bzzzzzzzz de esta aguja que recorre la piel de Dan para siempre. Tan solo se oye el zumbido infinito de la maquinilla que en cualquier momento se convertirá en música.