Nayara Batschke y Nicharee Sarikapooti |
Bangkok (EFE).- “Todo el mundo lo sabe. Toda la gente lo ve. Nadie habla de ello”. Así define la activista y abogada Chatchalawan Muangjan la situación de las trabajadoras del sexo en Tailandia, un país a menudo visto como un lúdico destino para explorar los placeres carnales, pero donde la prostitución es ilegal.
Las actividades sexuales remuneradas no son un secreto en Tailandia y la industria del sexo genera cada año unos ingresos de billones de dólares, según las estimaciones de diversas organizaciones de derechos humanos.
El país es además mundialmente conocido por su exotismo y prácticas eróticas, como los famosos masajes con “final feliz”, que forman parte del imaginario popular dentro y fuera de la nación asiática.
Mientras que en la práctica la prostitución forme parte de la vida cotidiana, la actividad es ilegal y, a día de hoy, decenas de miles de trabajadoras del sexo se encuentran desprotegidas ante los abusos, aunque una propuesta de ley que busca regularizar el sector podría cambiar el panorama.
300.000 personas ofrecen sexo a cambio de dinero en Tailandia
Las estadísticas oficiales apuntan que unas 300.000 personas ofrecen sexo a cambio de dinero en Tailandia actualmente, aunque organizaciones activistas aseguran que las cifras están desactualizadas y el número real “es mucho mayor”.
“Todos vemos que la industria está allí y genera una cantidad millonaria de dinero, pero está el tema de la corrupción y, en menor grado, la percepción de la sociedad de que la prostitución es inmoral”, dice en una entrevista con EFE Chatchalawan, una abogada que trabaja desde hace 16 años en favor de los derechos de las trabajadoras del sexo en la ONG Empower.
La prostitución fue prohibida en 1996 por el Gobierno tailandés en un intento de poner fin esta antigua práctica en el país, que se intensificó a raíz de la guerra de Vietnam y la presencia del Ejército estadounidense, que llegó a desplazar a más de un millón de soldados a su retaguardia en la nación asiática.
A eso hay que añadir algunos componentes culturales intrínsecos a la sociedad tailandesa, donde cerca del 95 % de la población profesa el budismo y cuya filosofía es tradicionalmente más tolerante respecto a las actividades mundanas.
“La sociedad tailandesa es conservadora pero mientras no se hable de las cosas es como si no existieran”, explica Chatchalawan.
Propuesta de ley
Ahora, Empower y otras organizaciones por los derechos de las trabajadoras del sexo mueven piezas para impulsar la aprobación de una ley para legalizar y regular la profesión, una propuesta que podría concretarse de cara a la formación del nuevo Gobierno tras las elecciones generales de mayo pasado.
“El proyecto de ley tiene como objetivo proteger a las trabajadoras sexuales e incluirlas como parte de la fuerza laboral. También propone regular los lugares de entretenimiento y los clientes”, señala la letrada.
Uno de los puntos claves de la iniciativa es establecer una edad mínima a los profesionales que venden sexo, de forma a evitar “que los clientes y proxenetas exploten o coaccionen a las trabajadoras sexuales menores de 18 años”.
Busca asimismo poner fin, o al menos minimizar, los abusos a que son sometidas reiteradamente.
“Yo he tenido muchas malas experiencias. Trabajando en esta industria tienes que tratar directamente con los hombres. Y en su mayoría los hombres que vienen están borrachos, con diferentes tipos de emociones. Y me toca a mí responder a sus necesidades sexuales”, cuenta a EFE Manow, quien trabaja hace más de una década como profesional del sexo.
“He conocido a todo tipo de clientes; algunos eran sádicos, otros no querían pagar o no querían usar condones. Otros también me violarían hasta conseguir llegar al orgasmo”, relata.
La dureza de las calles es una constante. Por eso, Manow cree que la ley podría mitigar la violencia.
“La ley traería muchos cambios positivos y protegería a las trabajadoras del sexo. Con ella podremos trabajar sin preocupaciones. Si hay algún problema, podremos denunciar a la policía. Las cosas serán mucho mejores”, matiza.
“Visibilidad invisible”
Cada noche, la bailarina exótica Guest se dirige a la movida Soi Cowboy, una pequeña calle de unos 150 metros de extensión y donde se amontonan medio centenar de bares, karaokes, discotecas y espacios de masaje, en pleno centro de Bangkok, para dar inicio a su trabajo.
Aunque muchas veces la chica ofrece “servicios adicionales” a sus bailes exóticos, ella no se considera una prostituta -una definición que puede tener diferentes percepciones en el occidente y oriente.
“Yo no soy prostituta. A veces comercializo sexo, pero yo elijo con quien lo hago”, sostiene Guest, quien también trabaja como barista en una cafetería durante el día.
Independiente de las etiquetas, Guest es una entusiasta de la posible nueva ley, que garantizaría derechos mínimos a una clase trabajadora que sigue “invisible pese a toda su visibilidad”.
“Negociar sexo es un negocio como cualquier otro y los trabajadores de esa industria deberían tener sus derechos y garantías asegurados”, remata.
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