Javier Albisu |
Bruselas, 21 jul (EFE).- Cada 21 de julio, Bélgica celebra su Fiesta Nacional, en la que se conmemora el discurso de coronación en 1831 del príncipe alemán Leopoldo Saxe-Cobourg en el que el nuevo rey de los belgas juró fidelidad a la Constitución.
La prédica de aquel nuevo monarca, un aristócrata foráneo vinculado a varias casas reales que garantizaba una solución de equilibrio para las potencias europeas, se considera el nacimiento del Reino de Bélgica como nuevo Estado independiente, en forma de monarquía constitucional y parlamentaria.
La celebración consiste actualmente en una apacible jornada veraniega en la que la familia real y las altas autoridades asisten a un solemne desfile en Bruselas, mientras buena parte de la población aprovecha el día de asueto para hacer barbacoas, beber cerveza y prodigarse por conciertos en parques y jardines, si la lluvia lo permite.
Una festividad que concluye cuando un manto de fuegos artificiales arropa Bruselas y clausura el día en que Bélgica celebra que es Bélgica, que es también una de las apenas veinte fechas del año en la que los edificios públicos están obligados a izar la bandera nacional.
Esa proliferación de enseñas patrias convierte el 21 de julio en una ocasión propicia para destacar una anomalía histórica: Bélgica lleva 192 años colgando su bandera al revés.
Una noche en la ópera
Bélgica empezó a nacer el 25 de agosto de 1830, después de una ópera que prendió la mecha que acabaría alumbrando su separación de los Países Bajos.
Derrotado Napoleón en 1815 en Waterloo, Europa estaba en ebullición en aquel 1830. A inicios de agosto, Luis Felipe de Orleans había subido al trono de Francia tras la Revolución de Julio que derrocó a Carlos X, en días en los que las protestas liberales se extendían también por Italia, Polonia y Alemania.
En esa noche de finales de agosto se representó en La Monnaie de Bruselas “La muda de Portici”, un libreto del francés Daniel Auber inspirado en la revolución de Nápoles de 1647 que lideró un pescador napolitano, Masaniello, que se rebeló contra las tasas impuestas por la corona española.
Masaniello no acabó bien; lo asesinaron al décimo día de algarada. Pero su revuelta abrió el camino para que unos meses después naciera la República Napolitana, y la historia del arte le ha convertido en un mártir carismático.
Aquella veraniega noche en Bruselas, las hazañas líricas del pescador exaltaron al público de La Monnaie y desencadenaron una revolución contra la soberanía del rey de Países Bajos, Guillermo de Orange, que bebía del descontento popular por la falta de autonomía política y cultural de lo que acabaría siendo el Reino de Bélgica.
Elegir bandera
Los francófilos belgas envolvieron su insurrección en la bandera de Francia, epicentro de las revoluciones liberales, y tras una noche de disturbios callejeros, incendios y pillajes, la tricolor francesa (azul, blanco, rojo) ondeaba al amanecer en el Ayuntamiento de Bruselas.
Pero los insurgentes pronto descubrieron que para fundar un nuevo Estado necesitaban, entre otras cosas, iconografía propia.
Así que adoptaron como primera bandera los colores de la “revolución brabanzona” de 1787-1790, una revuelta surgida también en Bruselas que dio origen a los efímeros Estados Unidos de Bélgica.
En los meses en los que se configuraba el nuevo Estado belga, aquella primera enseña “brabanzona” evolucionó hasta convertirse en la bandera oficial, con franjas horizontales de color “rojo, amarillo y negro”, en ese orden, según marca el artículo 193 de la Constitución de Bélgica, que fue proclamada en febrero de 1831.
Pero alguien pensó que esa composición era demasiado cercana a la bandera de Países Bajos, el reino del que se separaba Bélgica: roja, blanca y azul oscuro, también en bandas horizontales.
Así que el gobierno provisional belga precisó en un decreto, el 23 de enero de 1831, y con la carta magna ya camino de la imprenta, que los colores de la bandera no debían disponerse en horizontal, sino en vertical y con el rojo en el mástil.
Los barcos de la Marina belga, sin embargo, empezaron a reservar el mástil para el color más oscuro, el negro, en una práctica que se fue extendiendo por el país hasta hacerse dominante, lo que incitó al Gobierno a publicar un nuevo decreto, el 15 de septiembre de 1831, en el que fijaba ese orden tricolor: negro, amarillo y rojo.
Pero el artículo 193 de la Constitución nunca se modificó y todavía hoy, 192 años después, la carta magna sigue estipulando que los colores de la bandera son “rojo, amarillo y negro”, en ese orden.
Según el experto de derecho constitucional de la Universidad Católica de Lovaina Jogchum Vrielink, Bélgica es el único país del mundo cuya bandera no sigue literalmente la orden de la Constitución.
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