Marcel Gascón |
Járkov (Ucrania) (EFE).- Son camioneros, mecánicos, veteranos de Afganistán y del Donbás y ahora protegen la frontera de Ucrania con Rusia, en una guerra de nervios constante con el enemigo en la que sus gatos, la oración y la camaradería entre la tropa les ayuda a sobrellevar turnos de siete días en la trinchera.
“Ahora está tranquilo, pero hace un momento apareció uno de sus helicópteros”, dice a EFE desde una de las posiciones de tiro Oleg, un camionero que se unió a la defensa de su país poco después de que empezara la invasión rusa.
En una mesa hecha de palet, cuatro militares voluntarios matan el tiempo fumando, una de las actividades más populares en las trincheras. Uno de ellos, que se hace llamar Tijon, se levanta para enseñar las ‘habitaciones’ de la que es su casa desde hace meses.
“Aquí está la cocina”, dice con cierto orgullo nada más bajar por las escaleras de madera al habitáculo subterráneo, donde hay varias ollas junto a una cocinilla de gas. El pasillo lleva después al dormitorio, donde duermen por turnos seis personas en literas de madera.
En la superficie, el ruido de disparos interrumpe por un momento la calma. Primero es fuego ruso contra una posición cercana de Ucrania, y minutos después, explica un soldado, son disparos ucranianos contra un dron de reconocimiento que han lanzado desde el otro lado de la frontera.
Lo peor de las misiones: la tensión
Junto a las horas de tedio, lo peor de estas misiones es la tensión, dice Tijon, de 54 años, que también es camionero y luchó con la Unión Soviética en lugares como Kandahar, en Afganistán, mucho antes de que algunos de sus viejos compañeros de armas rusos trajeran la guerra también a Ucrania.
Los proyectiles del enemigo hacen, a veces, algo más que asustar a los pájaros. Hace unos días en la posición ucraniana que acaba de ser atacada, cayó muerto un joven soldado ucraniano.
“Justo hoy habría cumplido 29 años”, cuenta Oleg delante de la zanja desde la que abren fuego cuando otean a grupos de sabotaje e inteligencia rusos. Los francotiradores son otra de las amenazas.
Ajenas al drama de la guerra, un grupo de crías de gato duermen junto a su madre sobre una malla de tiras marrón y verde con la que los militares ucranianos se confunden con el paisaje.
“Nos hacen compañía y son un antídoto contra el estrés”, dice Pijota, el nombre de guerra del responsable de prensa de la 113 Brigada, a la que pertenecen todos los soldados que protegen esta parte del óblast ucraniano de Járkov limítrofe con Rusia.
Los gatos se han acostumbrado al estruendo de la guerra
Después de un año y medio de guerra, los gatos se han acostumbrado al estruendo de las municiones. Igual de indiferentes se muestran a la oración que dirige Zhenia, un capellán castrense ortodoxo que viaja al frente con una Biblia para dar apoyo espiritual a los soldados.
“En la guerra no hay ateos”, le dice, medio en serio, medio en broma, a uno de los periodistas que visitan la frontera cuando éste se declara ateo.
Un bullicio muy distinto a la oración y a los disparos llena de vida ‘el jardín’ de la trinchera después de que Zhenia haya cerrado la Biblia. “Es un cambio de turno”, dice Tijon, el veterano de Afganistán, explicando la llegada del minibús que ha aparcado junto al árbol que da sombra a la posición.
Sasha, de 24 años, es uno de los que llegan. Antes de la guerra trabajó en la construcción y cambiando ruedas, y está destinado en la frontera desde que se recuperó de las heridas que sufrió en Bajmut, donde también pasaron meses luchando Tijon y Oleg.
Después de Bajmut, la frontera es un período de relativo descanso para los militares que combatieron en esa zona caliente del frente del este, donde pueden volver a ser enviados cuando así lo decidan sus mandos.
Al lado del autobús, los que empiezan su turno y quienes lo acaban se dan ánimos unos a otros entre glorias a Ucrania.
Una nueva invasión rusa por esta zona es improbable en este punto de la guerra, pero para Ucrania es impensable dejar desprotegida la frontera.
“Estamos aquí para pararles hasta que lleguen refuerzos, si lo intentan”, explica Oleg mientras mira los primeros pueblos rusos con los prismáticos.
Sentado sobre una caja de munición, otro militar le completa mientras acaricia a los gatos: “Con los rusos nunca se puede estar seguro”.
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