En el año 1938, Disney había terminado con éxito la producción de ‘Blancanieves y los siete enanitos’. Había sido un arduo trabajo que ahora tenía su recompensa. El lanzamiento de su primer largometraje ponía a la compañía en el mapa como una de las productoras de animación pioneras a nivel mundial, y una fábrica de sueños que acababa de empezar.
Como recompensa para sus trabajadores, Walt Disney decidió regalar un retiro de un fin de semana para todos que prometía desconexión y diversión. Pero mientras unos tenían una idea de diversión muy diferente de la imagen familiar que Disney tenía en la cabeza, otras tensiones estaban generándose dentro de una compañía que desde fuera parecía el ideal americano.
Una fiesta de excesos
Si bien los procesos actuales de animación no son famosos por ser precisamente sencillos, en los años 30 la animación tradicional era un trabajo excepcionalmente complejo, que requería muchas horas de trabajo meticuloso y que involucraba a un gran número de animadores. Estos animadores eran en su gran mayoría jóvenes y entusiastas. Haciendo de Walt Disney no solo un jefe, sino también un mentor y el tío favorito que todos quieren ver en Navidades.
Disney en aquel momento se sentía como una gran familia. La labor de sus animadores era puramente vocacional y gran parte de su identidad, y el éxito de cada producción era motivo de celebración para todos. Cuando terminaron Blancanieves, sin embargo, la ilusión no quitaba el hecho de que los trabajadores estaban muy cansados. Y cuando Walt anunció su “Walt’s Field Day” por todo lo alto, los empleados decidieron responder dándolo todo.
La fiesta tendría lugar en el Norconian Club. Un hotel que funcionaba como un club privado lleno de lujos. Con amplias instalaciones, campos de golf, piscina y establos. Las habitaciones estaban preasignadas con antelación, con solteros (énfasis en la “o”) en la primera planta, solteras en la segunda, y matrimonios en la tercera. Walt tenía programado el fin de semana al milímetro, lleno de actividades físicas y juegos en el campo.
Pero estos animadores eran jóvenes, eran atractivos, y tras meses de trabajo ininterrumpido tenían otro tipo de diversión en mente. Así que todo su foco estaba en lo que llegaría más tarde aquella noche de sábado: baile y barra libre de alcohol. El crunch había dejado huella, y aprovecharon para hacer lo único que creían que les podía compensar: emborracharse hasta las trancas.
Lo que sucedió esa noche fueron un montón de eventos de los que el dicharachero y afable “tío Walt” se desentendió y no quiso volver mencionar jamás. Cuando el alcohol empezó a fluir y los empleados comenzaron a soltarse, para vergüenza de muchos los pasos en la pista de baile se sustituyeron por los del controvertido “Big Apple”, un baile de raíces afroamericanas que era todo un bombazo en fiestas, uno de los más sensuales… y que muchos consideraban racista para los blancos en aquella época.
Los animadores empezaron a dispersarse cada vez más, sacando la fiesta del club y desperdigándose por todo el complejo, que empezó a reunir pequeñas cuadrillas de borrachos cada cual a su aire. Algunos llevaron la fiesta a la piscina, otros al campo de golf y otros a los establos. Bien por una apuesta o bien por ganas de tener su momento, un animador sacó a un caballo del establo y lo metió dentro del hotel subiéndolo hasta la segunda planta, armando un señor estropicio mientras sus compañeros le animaban y aplaudían.
Otro animador cayó desde la terraza de su cuarto del primer piso, aterrizando afortunadamente en un arbusto que frenó el impacto, pero causando risas y un chiste interno que duraría mucho tiempo en la compañía y que sería ilustrado. El mismo animador del caballo de antes, Randy Johnson, ahora estaba demostrando sus habilidades ecuestres en la piscina.
Pero en la piscina tenían su propia fiesta. Solteros y solteras se habían desnudado por completo, empezaron a liarse unos con otros, y aquella noche acabarían por supuesto ignorando por completo el meticuloso reparto de habitaciones que había preparado Walt.
Sabiendo que aquello ya no tenía control, algunos de los altos cargos se fueron a sus casas antes de que acabara la noche, muchos otros se fueron el domingo por la mañana a primera hora, como el propio Walt Disney y su esposa. Y los que se quedaron fueron echados por el staff del hotel, quienes no podían esperar a librarse de ellos.
“Una panda de comunistas”
Algo se había roto dentro de Walt tras esa fiesta, quien a partir de ese día se mostró algo más distante y menos familiar con sus empleados. Por parte de los animadores volver al trabajo tampoco fue fácil. Más allá de la resaca, los trabajadores se enfrentaban ahora a la dura presión de superar Blancanieves con no uno sino dos proyectos a la vez: ‘Pinocho‘ y ‘Bambi‘. Y sus condiciones laborales cada vez les estaban pesando más.
Y es que Disney, antes o después de Blancanieves, estaba lejos de ser el lugar de trabajo perfecto. Los empleados trabajaban largas horas por un salario que variaba por factores que muchos declaraban aleatorios, donde cobrar más o menos dependía en cierta medida de lo bien que le cayeras a Walt. Por otra parte, el paternalismo de Walt tenía un lado oscuro, y es que ver a todos sus empleados como sus hijos hacía que se llevase muy mal con las relaciones dentro de la empresa hasta el punto de que estaba completamente segregada, con departamentos específicos para hombres y otros para mujeres.
Y esto estaba a punto de empeorar. Con Walt cada vez más desencantado con su viejo equipo y los animadores cada vez más desbordados con su trabajo e incapaces de llegar a los objetivos que se les pedía, los nuevos proyectos no estaban yendo a buen puerto. Disney tuvo que congelar el proyecto de Bambi y sustituirlo por otro que acabaría siendo ‘Fantasía‘. Y para hacer frente a los desafíos decidió adquirir un estudio mucho más grande y aumentar considerablemente la plantilla. La familia Disney se estaba rompiendo.
Pero Walt Disney quería una familia, y mientras la carga laboral seguía aumentando pese al nuevo staff y los sueldos seguían siendo irregulares, Disney montó en su nuevo estudio otro club privado increíblemente exclusivo. El conocido como “Penthouse Club” era esa familia, un grupo de empleados selectos para Disney que se reunían con frecuencia para beber, jugar a las cartas o charlar, y que incluía instalaciones como un bar, gimnasio, una sala de masajes o una impresionante terraza.
Esto era la gota que colmaba el vaso para muchos empleados descontentos, que empezaron a reunirse a su propia manera y de un modo que ponía muy nervioso a los altos cargos de la compañía: afiliándose a un sindicato. El Screen Cartoonists Guild (SCG) escaló las tensiones y avivó las enemistades de un modo que ninguna de las partes podría esperar. En aquel momento, Gunther R. Lessing, consejero general y vice-presidente de Disney, advirtió a Walt diciendo que eran todos una amenaza para la compañía e incluso algo peor: “comunistas”.
Contando con el apoyo de Art Babbit, uno de los mejores animadores de la compañía y tiempo atrás alguien muy cercano a Walt, Babbit dio legitimidad al movimiento y puso aún más contra las cuerdas a la compañía y al propio Walt, quien cuando se vio completamente arrinconado trató de apaciguar a los empleados con un dudoso discurso que instaba a los trabajadores a “esforzarse” y “no quejarse”, y que remataba en una declaración que hizo más mal que bien.
“No olvidéis esto… Es la ley del universo que los fuertes sobreviven y los débiles caen, y no me importa el plan idealista que se esté formando, nada puede cambiar eso”.
El 29 de mayo de 1941 estalló la huelga. Los animadores se manifestaron durante cinco semanas. En todo ese tiempo ninguno de los bandos dio su brazo a torcer, con un notorio enfrentamiento que hubo entre Art Babbit y Walt Disney delante de todos los manifestantes, y crecientes hostilidades que obligaron a cerrar temporalmente el estudio. Muchas amistades se rompieron en todo ese tiempo, y la gran familia Disney ya estaba definitivamente olvidada.
Por miedo a perder su inversión, el Banco de América obligó a la compañía a empezar las negociaciones. El 16 de septiembre el estudio reabrió, preparado para trabajar en ‘Dumbo‘, pero lo hizo con una gran reestructuración que despidió casi a la mitad de la plantilla. Unos 700 empleados entre los que se encontraban sindicalistas y no sindicalistas por igual.
Todas esas negociaciones pillaron a Walt Disney, su familia y algunos altos cargos cercanos fuera del país, en Sudamérica, tratando de “buscar inspiración” para sus nuevos proyectos. A la vuelta, toda esta etapa de la compañía había acabado por completo con la figura del viejo y afable “tío Walt”. Se convirtió en un declarado anticomunista fuertemente defensor de los valores tradicionales de América, y por supuesto, nunca volvió a organizar otra fiesta similar.
Imágenes: Disney History Institute, Michael Barrier, Cartoon Brew
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La noticia
El fiestón a lo ‘Project X’ que Walt Disney celebró en los años 30, y cómo sus consecuencias casi acaban con la compañía
fue publicada originalmente en
Espinof
por
Miguel Solo
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