Durante años y años, los padres y madres de medio mundo han entretenido a sus hijos aparcándoles delante de la televisión con auténticas pesadillas audiovisuales como ‘Peppa Pig’, ‘Dora la exploradora’, ‘Pocoyó’ o ‘CoComelon’, más preocupadas en vender tarteras y figuritas que en hacer un buen producto. Y, en este panorama de absoluta desolación audiovisual, en 2018 llegó ‘Bluey’, dispuesta a cambiarlo todo. Porque esta no es una serie para niños que pueden ver los padres sin enfurruñarse. Cada vez más se ha convertido en una serie sobre paternidad que también pueden disfrutar los hijos sin dejar nunca de ser rabiosamente divertida, viva, emotiva y única.
El dichoso cartel
Reconozco que no tengo hijos (ni intenciones de ello), pero eso no impide que sea un fan a ultranza de ‘Bluey’. De alguna manera, la serie australiana ha conseguido crear la pócima mágica perfecta combinando a la perfección una narrativa episódica con unos personajes carismáticos que consiguen, en menos de ocho minutos por episodio, que les quieras de manera inevitable. Es una serie que no tiene edad recomendada: todo el mundo puede reír, emocionarse y entender tanto la inocencia infantil de Bingo y Bluey como las preocupaciones parentales de Bandit y Chilli. Es pura alquimia. No debería funcionar, pero funciona.
Y ahora, los responsables de la serie, con Joe Brumm al frente, han decidido tirar un triple y añadir dos variantes más en su receta impepinable. Por un lado, comprobar si ‘Bluey’ funciona también en episodios más largos (como campo de pruebas, no nos engañemos, para una futura película destinada a romper en dos la taquilla). Por otro, analizar hasta qué punto pueden utilizar una narrativa serializada en una serie aparentemente infantil sin perder esencia por el camino.
‘El cartel’, el último episodio emitido, y que muchos creen que dará pie a un hiato sin confirmar de unos cuantos años sin los Heeler, no ha fallado en su propuesta. Viniendo del sorprendente final del episodio anterior (el primer cliffhanger de la historia de la serie), durante media hora, ‘Bluey’ se ha dedicado a celebrarse a sí misma con decenas de guiños, cameos y pasos hacia el futuro de la serie mientras abrazaba su lado más adulto y tierno. El resultado es un éxito rotundo que no cae en la autocomplacencia sino que decide ir un poquito más allá.
Ya veremos
Normalmente, las series destinadas a los niños nos muestran a estos jugando y viviendo aventuras, con los adultos como parte del elenco secundario. ‘Bluey’ decidió sacarles de ahí y ponerles en primer plano, pero nunca tanto como en ‘El cartel’: normalmente, Bandit y Chilli forman parte de los juegos de las niñas (a su pesar, más de una vez), pero aquí les vemos, por primera vez, genuinamente preocupados, tomando decisiones complejas sobre el futuro y preguntándose constantemente si mudarse será lo correcto. Es enternecedor, auténtico, orgánico y sorprendente. Es un atrevimiento fuera de la norma que se ha saldado con el aplauso general.
Una de las reglas de oro de las series de animación episódicas para un público infantil es que nada debe cambiar nunca. Las tramas deben ser sencillas para que todos puedan entenderlas y que las cadenas puedan emitirlas en el orden que les de la gana. Sin embargo, ‘Bluey’ se ha rebelado contra todo, consciente al mismo tiempo de ser un imperio millonario que puede -y debe- dar pasos hacia el futuro, como los creadores de ‘Barrio Sésamo’ cuando imaginaron su fórmula perfecta por primera vez que rompía con la televisión de la época.
En ‘El cartel’, Bandit y Chilli han decidido vender la casa que los espectadores llevamos viendo cientos de episodios, lo que causa la tristeza de Bluey, que no sabe cómo parar lo inevitable. Es frustrante, es emotivo y la amargura de su protagonista traspasa la pantalla: es genuina e identificable. Si ‘Bluey’ ya había ido más allá de lo que debería en una serie infantil (en episodios como ‘La piscina’, ‘Acampada’, ‘Abuelo’ o el excelso ‘Hora de dormir’), aquí da otro salto de gigante y muestra que está engrasada a la perfección. ‘Bluey’ aguanta lo que le echen.
Lo haremos juntos
‘El cartel’ consigue en media hora lo que muchas series adultas no logran en varias temporadas: hacernos llorar, reír y entender la angustia de sus protagonistas sin necesidad de escenas pretendidamente lacrimógenas. A lo largo de los años, ‘Bluey’ se ha preocupado tanto en que veamos la infancia feliz de las dos hermanas que solo le hace falta un par de planos de soledad (Bluey con los cascos mirando su ciudad, Bingo agazapada en el rincón de su habitación, comprendiendo por fin lo que está ocurriendo) para conmovernos.
Casi al final de la tercera temporada (aún le queda un episodio por emitir), ‘Bluey’ ha llegado a su apoteosis. Al menos, hasta ahora. Es una serie en plena forma que, incluso aunque entre en el rumoreado hiato, va a seguir marcando a toda una generación. Y no me refiero necesariamente a los niños. La serie australiana anula cualquier tipo de cinismo externo con unos personajes imperfectos y cansados que intentan averiguar lo que es la paternidad a base de errores, golpes, juegos y risas.
Para mí, ‘El cartel’ encapsula perfectamente todo lo que significa ‘Bluey’: esperanza, amor, juegos y errores enmarcados en la paternidad moderna. Es precioso y desolador, haciendo inevitable, al menos como fan, empezar a lagrimear desde que empieza el episodio. ¿Significa esto que la serie va a empezar a tirar cada vez más de continuidad? ¿Nos preparamos para la inevitable película? ¿Preparará el famoso hiato cambios en su fórmula perfecta? Quién sabe. De momento, es la única serie que veo siempre con una sonrisa perenne (y una caja de pañuelos al lado, por si acaso), sabiendo que se trata de un hito generacional que será recordado durante las décadas que están por venir. De verdad, gracias por tanto.
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La noticia
‘Bluey’ demuestra en su último episodio por qué es la mejor serie familiar de las últimas décadas: su mezcla alquímica funciona a la perfección también en formato extralargo
fue publicada originalmente en
Espinof
por
Randy Meeks
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